Cuba

Una identità in movimento


El viaje

Marié Rojas Tamayo


"Más increíble que una flor celestial
o que la flor de un sueño es la flor futura,
la contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares
y no se combinaron aún".
(Jorge Luis Borges)


Dibujo: Ray RespallIba a demostrar que la paradoja del viaje en el tiempo no era real. Para poder comprobar su teoría sin margen de duda, había elegido modificar su propia historia: conocía el día, el momento exacto en que su padre había propuesto matrimonio a su madre. Él no había sido concebido hasta un año después, no cabía pensar en que se hubiera casado embarazada. Estaban sus recuerdos, los 19 años que compartió con su padre antes de que la muerte se lo llevara. Estaban las cartas a su madre, las postales, decenas de fotos formando un atado.

Él era real, existía. Y sin embargo iba a matar a su padre el mismo día en que se sellaba la unión que le daba origen, iba a destruir la combinación biológica que llevó a su nacimiento a pesar de ser el fruto de esa relación. Al regresar, no solo probaría el viaje en el tiempo, sino la ruptura de todas las contradicciones y oposiciones a su teoría. Fuese cual fuese el cambio operado en el pasado, el futuro de donde partía el viajero se mantendría inalterable.

La escena era la misma, la sala de su casa, treinta años antes. no pudo evitar sonreír, ni siquiera habían cambiado el orden de los muebles, había calculado exactamente "aparecer" detrás del amplio sofá. Su madre estaba sentada con las manos cruzadas, esperando, podía sentir su aliento agitado, oler el aroma de sus cabellos. Era la hora, su padre estaba a punto de tocar la puerta. Apenas tuvo tiempo de ocultarse.

Esperó el saludo formal, típico de la época, sabía que se sentarían en el sofá, ahí había sido pronunciada la frase. Saltó sobre el hombre, dispuesto a estrangularlo, contando con el factor sorpresa.

Antes de caer abatido por un disparo escuchó el grito de terror de su madre.

"No te preocupes", le dijo en tono suave, mientras le acariciaba las manos,


"... me he encargado de hacer desaparecer el cuerpo. Nadie, nadie, sabrá de lo ocurrido."

"¿Me perseguirá eternamente esa imagen? Creí ver tu rostro en el del ladrón. Debió ser el miedo a perderte. ¿Nadie, lo juras?".

"Nadie, ni siquiera nuestros futuros hijos".


Ella lo mira, olvidando la desventura vivida minutos antes, esperando la frase que hace dos años anhela escuchar.


"¿Quieres ser mi esposa?".












Página enviada por Marié Rojas Tamayo
(19 de agosto del 2008)


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